Toros con fatatas

andres montes

Artículo publicado en La Opinión el sábado 24 de octubre de 2009

J.F.Bayona / Esparcidas las cenizas de Andrés Montes donde él dispusiera –si es que algo dispuso para ese efecto, porque la muerte lo cogió por sorpresa, en el remate de una tanda de muletazos, cuando agradecía las palmas al público, cuando aún le quedaba media faena por hacer, con sólo 53 años-, me dispongo a hacer una reivindicación del atrevimiento, de la frescura, de la naturalidad. El toreo, eso se dice, es naturalidad. El esfuerzo sin esfuerzo aparente es lo que más emociona. Y Montes era natural, hablaba por el micro de la tele o de la radio como hablaba comiendo –me imagino yo, que nunca tuve la suerte de comer con Montes, ni siquiera de verlo en persona-. Pero me gustaba tanto su estilo, aunque a veces fuera imperfecto, que demando, ya, un atrevido como Andrés Montes para el mundo del toro. Qué faltica nos hace, pijo. A los taurinos digo. Siempre tan serios. Siempre tan midiendo las palabras para no caer en incorrecciones. Y caemos. Vaya que si caemos. Como todo hijo de vecino.

CHUFLAS. El problema es que si alguien atrevido, si algún joven con frescura utilizara en el toro el estilo Montes sería, de principio y sin más preguntas ni análisis, un chufla. O un chuflón. Creo que muchos taurinos habrán pensado eso de Andrés Montes. Yo, por mi parte, que me gusta el fútbol y sólo me gustaba el baloncesto cuando me lo contaba Montes, llegué a dudar si lo del fútbol con fatatas tenía o no gracia. Yo mismo, en mi relativa estrechez de mente, llegué a ver a Montes como un… sí, es verdad, como un chufla. Y era porque chocaba con lo establecido, con lo públicamente correcto. Hasta que llegó un momento en que pensé: “¿Y si este es un chufla, por qué no le quito la voz a la tele y escucho el partido por la radio?”. Y, aparte de por el retardo, entendí que la voz de Montes y sus comentarios y sus aderezos no sólo no me eran molestos sino que me gustaban. Aunque a veces la narración de los partidos se le atragantara. Sobre todo cuando no pasaba nada (no vean lo difícil que es que no se te atragante la narración de, pongamos por caso, una corrida de toros, cuando allí no pasa nada). Pero, repito a pesar de poder hacerme pesado, su estilo era inconfundible. Su frescura, única. Y su imagen, como su trabajo, atrevido pero elegante. Lo que me lleva a concluir que al toro le hace falta alguien, pero ya, que se lo venda con fatatas.

JUGÓN. El Montes era un jugón. Él acuñó el término y el término le viene como anillo al dedo. Porque era Montes. Dentro y fuera de la plaza del micro. Y eso tiene mucho valor en esta vida en la que hay un miedo atroz al ridículo. O en la que no todos son lo que parecen. Por eso me fijé en Montes y por eso me gustaba. Porque tengo la esperanza de que algún día llegue al toro alguien sin complejos, con ganas de contarlos de manera distinta y que haga llegar a la mayor cantidad de gente posible el lenguaje universal del toreo. Ese mundo tan hermoso tan mal contado por los que estamos ahora ocupando sesudas tribunas.

LUIS CORRALES. Luis Corrales hablará el martes, en el Club Taurino de Murcia –ocho y media de la tarde-noche- de la situación del toreo en Cataluña. Chunga situación. Hay por ahí danzando una Iniciativa Popular Legislativa que puede hacer mucha pupa. Sobre todo desde el momento en que el PSOE y CiU han dado libertad de voto a sus parlamentarios. Los votos en contra de prohibir el toreo en Cataluña de PP, PSOE y CiU suman los justos para bloquear esa ignominiosa cosa prohibitiva. Así que la libertad -¿de quién, para qué?- de voto de esos dos partidos, dejan con el culo al aire a un país, que de momento se sigue llamando España, por renunciar a sus raíces, a su naturaleza, a su personalidad. Así que confiemos que, a última hora, esos partidos se retracten o que sus miembros, incluso los antitaurinos, nos den en la boca y prohíban prohibir. Por salud democrática y, qué coño, por salud mental. Pero eso es como esperar que la vida pueda ser maravillosa, ¿verdad, maestro Montes?

Ser torero hoy

Lo escribió J.F.Bayona el pasado sábado en La Opinión:

Ser torero hoy.

Para ser un buen arquitecto, abogado, periodista, …(pongan sobre los puntos suspensivos la profesión que ustedes quieran), hace falta fuerza de voluntad y constancia. Fundamentalmente. El sentido común se supone. El talento, el que cada cual tenga, dará mayor o menor brillantez al desarrollo de su carrera.

Para ser un buen lo que sea no hace falta ni tener vocación. Hace falta tenerlo claro e ir a por ello. Y se consigue. Excepto para ser torero.

Para ser un mediocre torero hace falta infinitamente más que para ser un buen lo que sea. Para ser un torero mediocre hacen falta unas condiciones extraordinarias. Porque una vez hecha la preparación física, una vez aprendida la técnica de salón… hay que poner en juego la propia vida. Y eso no lo hacemos los demás. Ni de coña.

¿Y los corredores de Fórmula 1, y los de motos, y los alpinistas? Está claro que hay profesiones de riesgo, pero en ninguna de ellas se cuenta con las reacciones imprevisibles de un animal tan poderoso como el toro. Un coche o una moto, a las velocidades que cogen, se te pueden ir de las manos, evidentemente. Pero conoces la máquina, conoces el circuito e incluso la forma de correr de los rivales. Las situaciones de carrera son imprevisibles, desde luego, y eso es lo que le da grandeza a esos deportes. Y al resto de situaciones vitales.

El torero, sin embargo, no sabe con qué se va a encontrar y, por tanto, no puede haber estrategia previa. El toreo es una apuesta constante. Y perder esa apuesta se paga con sangre.

*Hambre. Entonces, en una época de general bienestar social, ¿por qué decide un chaval que quiere ser torero? ¿Por dinero? Para eso está la especulación inmobiliaria. ¿Por notoriedad? Para que un torero adquiera hoy notoriedad tiene que llevarse quince años en la cumbre sin que se le vaya un pie o que le peguen una cornada de caballo. Un cantante petardo o un futbolista mediocre tienen hoy más repercusión social que un buen torero.

Así que, la conclusión, es que se es torero por lo que siempre se fue torero: porque sí, por pasión, por vocación. Pero eso no basta para serlo. Hay que tener una dedicación exclusiva y estar dispuesto a caer en el camino.

Se es torero porque ser torero es una heroicidad sin finalidad. Y sólo así se puede llegar al arte.

El arte de torear.